El cielo atlántico se apodera de León. La lluvia acristala toda la ciudad edificando sobre nuestras cabezas una impenetrable bóveda sin un lugar por donde efluir. Un pequeño respiradero, un desagüe, un rasgón en las nubes. Nada.
Entre mis ojos y el mundo se interpone una cortina de niebla que me obliga a mirar la vida entre sombras acuáticas. La melancolía y la desgana se confunden con el sueño y el cansancio sin razón. A dónde me dirigen estas aguas que me arrastran sin voluntad por las calles y de nuevo, de vuelta a casa.
Ella pensaba que no existía tristeza ni misión no vencida con un buen café. He aquí el café, la mesa, la soledad. He allí el embuste y la confusión entrampando los sentidos.
Hoy no es día para nada y entretanto me complazco observándolo todo, traduciendo los signos de las cosas, añadiendo apuntes al vacío de esta página y demorando los asuntos, mientras la noche me cierra el paso para abrirse camino.
Perdura incógnito el destino como la roca a la que sólo una gota de lluvia , o una esperanza, puede horadar.
miércoles, 27 de febrero de 2008
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