sábado, 23 de febrero de 2008

17.- ODIO LAS BALDOSAS ROTAS EN LOS DÍAS DE LLUVIA

Escribo sin gafas. Difícil tarea. Veamos
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Me las pongo y no advierto la diferencia. El papel sigue en blanco y lejos, muy lejos.
Fuera llueve.
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Llueve.
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Continúa lloviendo.
...

En la plaza las baldosas se encharcan componiendo un secreto crucigrama. Me pregunto cuál de todas será la que mañana me entrampará el pié.
Odio las baldosas rotas en los días de lluvia. Otros odian los domingos con fútbol a lo lejos. El olor a puro en las tascas. Un grito inesperado en el oído. La mirada sesgada del miserable. Pisar un escupitajo. El menosprecio del que entra y entorpece el paso del que sale. Descubrir el cuerpo inerte de una mosca flotando en el café. Peor el de medio saltamontes en una cazuela de leche hervida. La risa insensata del estúpido. El adosado llamado “Mi rinconcito” en una urbanización de adosados. Las uñas de porcelana extra largas de una dependienta sujetando un billete. Cualquier perro hiperactivo masturbándose en unos pantalones blancos. La prepotencia en el comentario de un ignorante. La barra de pan cruda por dentro y dorada por fuera. La última pipa podrida del paquete. La cagada de un pájaro en un sombrero de Panamá nuevo. Una araña recorriendo la pared. Su picadura. La telas de araña en la cara. Definitivamente: las arañas. Las versiones de canciones que destrozan las originales. Las voces de Los Pitufos. Por supuesto el idioma de Los Pitufos. Los finales previsibles de muchas películas. Un chicle pegado en el cabello. Los torpes que devastan la casa en una sola chapuza. Las expresiones: “eres un crack” y “buen finde”. Los remolinos en la coronilla. El olor a sudor de otro en una camiseta de licra. La fotografía expuesta en un escaparate de una novia mirándose en el espejo de su tocador de soltera. El olor a fregona sucia. Escuchar a una mujer decirle a un hombre: “papito”. Y oír al papito responderle: “nena”. El brillo de los edredones de raso. El rosa Barbie. Los labios pintados con un perfilador marrón sobre un carmín muy pálido. La música de Cadena Dial en un salón de belleza. El pegamento de contacto entre los dedos. La coleta muerta de un heavy. La tristeza, el miedo y la impotencia en el rostro de un niño. Mucho más si va vestido con uniforme. La glotonería. La avaricia. La tacañería. En resumen: El señor Scrooge. Las ortigas conspiradoras. El vecino que a escondidas abre las cartas de los otros vecinos. El caramelo que se pega al empaste de la muela más escondida. El camarero que no da tiempo a comer despacio. La comida o la bebida que se atraganta y sale por la nariz. El último cigarro que se rompe en dos. La burla humillante en la boca de un cobarde. Sobre todo en el patio de una escuela o en el lugar de trabajo. El olor a gasolina. Los colores estridentes. La violencia del que destruye cualquier ser vivo por puro aburrimiento. El olor pestilente de un casquillo ahumado. Las máquinas expendedoras de café desabrido. Los pingajos secos de dentífrico en el lavabo. Cualquier mirada obscena de cualquier cara de cerdo. Las rozaduras en un pié tierno. Los chismorreos y el ruido del movimiento de una bolsa de caramelos en el cine. Los restos secos de papilla de verduras en el babero de un niño. La hipocresía. Sobre todo si viene de una mujer teñida y con el pelo cardado. El que se come los mocos. El maltrato a un libro. El exceso en los adornos navideños. En general, cualquier exceso que conduzca a la horterada. Los prejuicios y las críticas ofensivas de muchos turistas sobre los usos y costumbres locales. Las reproducciones en miniatura de objetos absurdos y las figuritas de porcelana de un bazar. Principalmente, los jarrones chinos gigantescos. Las sanguijuelas usurpadoras de ideas. El inicio y el final de cualquier camorra. El cincuenta por ciento de aire de una bolsa de patatas fritas cerrada al vacío. El sabor dulce del tocinillo de cielo o de la crema pastelera. La obligación de callar contra todo pronóstico. Limpiar el exprimidor o la licuadora. Los fritos. Las expresiones inglesas: “oh my god”, “open your eyes” y “close my eyes”. Los pelos de las fosas nasales. Las adivinanzas. Las bebidas gaseosas. El golpe en el cogote de una bola de nieve lanzada por una mano furtiva. También el golpe de una gota de agua congelada. El abuso de poder. Las detestables películas americanas, versiones de otras de cine europeo o también llamadas “de autor”. Los recuerdos dolorosos imborrables. Los discursos mesiánicos del político o del anarquista. La sorpresa de un picor en el oído o en los genitales en medio de la calle. La basura esparcida en la playa. Una inesperada sensación de flatulencia en una sesión de depilación. Esperar una semana entera la proyección del siguiente capítulo de una serie televisiva. La clara de huevo en el fregadero. Las “revistas de moda dirigidas al público femenino”. El dolor de ovarios. La tele-venta. Guardar un secreto. La insensibilidad en los dedos fríos. Los calcetines que se caen y los que aprietan. Ver sobre los hombros los tirantes de silicona de un sostén. Decir o escuchar: hasta siempre. Olvidar lo que se ama y ser olvidado.
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Yo simplemente odio las baldosas rotas en los días de lluvia.

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