Soporto mejor un tropiezo que un empujón. Tropezando encuentro mi equilibrio y un elegante estilo al caminar cercano al vuelo. Me asusto, advierto el descuido y alzo la siguiente bota. Dos dedos por encima del sueño en el que me había perdido minutos antes.
¡Ups!, una baldosa desencajada.
...
¡Ups! un nuevo bordillo.
...
Y pienso que aún con todo, mis pies tienen la memoria biológica de un elefante. Son capaces de cruzar avenidas, de respetar semáforos y de saltar charcos sin que los ojos vayan abriéndoles camino.
Puedo atravesar toda la ciudad inconsciente de las trampas y de los atajos, mientras mis pies me van guiando como lazarillos del 40.
sábado, 23 de febrero de 2008
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