Ella decía: "Pan caliente con sonrisas. Gracias", sirviendo la baguette en una bolsa de papel. Mientras los niños, como ratones escondidos bajo sus paraguas, se cruzaban veloces entre los pies del camarero que nunca llegaba a tiempo para recoger la terraza antes de la lluvia. El cocinero del restaurante chino salió a hurtadillas por la puerta trasera para descansar en su escondite. Fumaba lentamente mirando el cielo. Su hija, aún vestida con el uniforme, esperaba en casa su llamada de control. Bajaba la lluvia por la carretera convirtiendo el asfalto en un espejo mágico en el que los coches se multiplicaban por miles. Era tarde y no quedaba nadie. El vecino martilleaba las paredes al ritmo de las estudiantes que, en el piso superior, taconeaban del dormitorio al salón probándose la ropa de todas y maquillándose para la fiesta "Hello,night".
Entretanto, una adolescente ensimismada con la fotografía de Rabindranath Tagore abandonaba la feria del libro, sin evitar pensar que aquellas barbas tan nobeles y místicas no podían ser más eruditas que las del propio Gandalf de Tolkien, por mucho que su madre, en un valiente asalto frente al dependiente, se empeñase en defender su visión panteísta más allá de la Tierra Media y del poder de Sauron El Grande.
Era viernes y no quedaba nada. Sólo la lluvia golpeando los pies y las ventanas en un fingido intento por parecer lluvia en el puerto o recuerdo del mar.
sábado, 23 de febrero de 2008
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